Mi casa está donde estoy yo

Empecé el año terminando este libro y es el primero de la bibliografía de Fotogenograma, el taller para construir nuestra historia a través de la fotografía y el árbol genealógico.
En este caso, la protagonista, construye un mapa de su vida en Roma a la vez que nos cuenta su historia familiar y su vinculación con Somalia, su país de origen. Es un historia maravillosa en la que reconozco que he aprendido mucho sobre la colonización italiana en su país y todo lo que surgió a partir de ella.
Es toda una guía alternativa para revisitar una Roma desconocida (yo he apuntado un montón de sitios) y pasearla con sus ojos y sus vivencias.

Qué maravilla ver ese ejercicio práctico que lleva a cabo mientras recorre su infancia, su adolescencia y su presente.

Todo exiliado es una criatura a medias


Ha sido muy nutritivo entender cómo se siente una persona nómada obligada al sedentarismo, adentrarme en sus costumbres como la de contar el nacimiento de sus hijas cientos de veces como si fuera siempre la primera, el apoyo que se dan tras el parto, haciendo de este acontecimiento algo que afecta a toda la comunidad: un hijo nunca es un asunto privado.

También habla de la importancia del nombre que llevamos, quién lo elige y cómo nos gusta ser nombradas.

Una madre que rompe con la «tradición» de la mutilación genital para ofrecerle a sus hijas la oportunidad de vivir de forma diferente sus vidas y su sexualidad. Una madre que desaparece de la vida de su hija por circunstancias que la obligan a quedarse en Mogadicio y alimentan por un lado el trauma de abandono.

Mi madre regresó sana y salva pero el miedo ya no ha vuelto a abandonarme

Y por otro un trastorno alimentario

El vómito me lavaba la culpa (…) ¿Qué clase de hija degenerada era yo, que pretendía gozar de la comida en su ausencia?

Vemos a través de sus pensamientos cómo forjamos las creencias y a través de ellas nuestros comportamientos. También las actitudes que tomamos en la vida para ser amadas, reconocidas, valoradas.

Dejar de hablar mi lengua materna se convirtió, para mí, en una forma extravagante de pedir que me quisieran.

Lo dicho, una joya.

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