Emociones sistémicas: Ira

¿Cómo llevas enfadarte en tu vida? ¿Te lo permites? ¿Qué consecuencias te causa?

No son preguntas lanzadas al azar, son dardos que dan en una misma diana: a las mujeres no nos han permitido enfadarnos a lo largo de la historia, y cuando lo hemos hecho, ha tenido sus consecuencias.

Vamos a hablar de emociones, de cómo muchas veces son sistémicas y las arrastramos a lo largo de nuestra vida y de esa mirada feminista que necesitan las Constelaciones familiares.

En una semana en la que seguimos reivindicando nuestros derechos, no podía faltar un punto de reflexión sobre cómo gestionamos nuestras emociones. Se habla mucho de validar emociones ajenas, pero, ¿validamos nuestras propias emociones? ¿Nos han enseñado a escuchar lo que pasa en nuestro cuerpo y ponerle nombre? En muchos casos, más de los que nos gustaría, la respuesta es no. Hemos socializado en un contexto cultural-religioso en el que a las mujeres se nos quería sumisas, sin rechistar, sin levantar la voz, sin enfadarnos. Hemos tenido que escuchar a lo largo de nuestra historia que calladitas estamos más guapas, que no te enfurruñes, que sonriendo estás más guapa, que con ese carácter no te va a querer nadie, que con ese genio te vas a quedar sola…Todo ello afirmando que no nos podemos quejar de lo que pasa en nuestra vida.

Ya se encargaron de que no nos saliéramos del carril amenazándonos con el infierno, echándonos la culpa de todos los males, encerrándonos por pensar por nosotras mismas, no dejándonos tomar decisiones sobre nuestro cuerpo, negándonos la sexualidad…quemándonos…y así, ¿Cómo pensaron que no íbamos a enfadarnos?

Se enfadaron nuestras bisabuelas, nuestras abuelas, tías abuelas, tías, primas, madres, hermanas, amigas…y por supuesto nos enfadamos nosotras. No todas pudieron hacerlo abiertamente, no todas pudieron salir a la calle a protestar, no todas pudieron divorciarse, no todas pudieron abortar, no todas pudieron acceder a estudios, no todas pudieron elegir casarse…no todas. Puede que alguna rompiera la norma, que se largara de casa, que dejara atrás las ataduras…pero, ¿Qué nombre tenía la sociedad para ellas? ¿Podía acaso una mujer atreverse a ser libre?

Las que llegaron a romper de alguna forma esas normas fueron, en muchas ocasiones, reconducidas al rebaño en forma de instituciones que las reformaban para que encajaran, otras en manicomios y todas ellas con una ira que atravesaba su cuerpo y que no sabían cómo dejar salir al exterior. Una ira ancestral.

De esa ira es de la que vamos a tratar aquí. Una ira que más tarde y de forma sistémica podemos estar cargando nosotras, una ira que sentimos que no nos pertenece aunque nos sumemos a ella. La ira de esas mujeres del sistema que se la tragaron en forma de tristeza y depresión, que no supieron expresarla porque no les dieron las herramientas para ello. Nos sumamos a su ira: Yo como vosotras

¿Cómo se enfadaba mamá?

Puede que su propia forma de gestionar la ira sea la que tú repitas en tu sistema. Si esa forma de gestionarla significaba callarse, igual vas por la vida permitiendo que otros tomen decisiones por ti, no sabiendo poner límites, limitándote a asentir y a callar. Por supuesto también podemos tomar la forma de actuar de papá u otras figuras masculinas.

¿Cómo se enfadaba papá?

Tal y como lo has visto hacer, lo harás. Aquí lo interesante es saber si te funciona esa forma de gestionarla o si te deja una mala sensación.

En algunos casos está bien sumarse a esa ira, siempre que nos sea beneficiosa, que no nos haga daño, que no nos inunde de cortisol, que la sepamos manejar. Para ello es interesante pensar en la ira creativa y no en la destructiva.

Esa ira constructiva y creativa la podemos llevar a nuestra vida en forma de movimiento: bailar, saltar, correr, pasear y así dejar que la emoción se recicle hasta calmarnos y sólo desde esa calma pensar qué podemos hacer para que no se repita la situación y, si se repite, qué podemos hacer diferente. La ira creativa construye alternativas: reírnos de la situación, exagerarla para darnos cuenta de adónde nos lleva, aprender a negociar, tanto con nosotras como con el resto, dibujarla, escribirla…

En cuanto a la destructiva, nos lleva a cegarnos en un comportamiento que daña a terceras personas. Es una ira explosiva, no avisa, llega como un torbellino, lo arrasa todo: palabras hirientes, agresiones, destrucción material…

¿Has tenido alguna vez un ataque de ira que haya dañado a otra persona?

Podemos hacerlo distinto. Para ello es necesario escucharse, escuchar al sistema, encontrar esos puntos de conexión entre lo que pasó y lo que pasa y desde ahí sanar nuestras emociones dejando con ellas, nuestras ancestras, lo que es y fue suyo y tomando sólo lo que nos beneficia, pudiendo hacerlo de otra forma: Dejo con vosotras lo que es vuestro y miradme bien si yo lo hago de otra forma.

Aunque sólo me he centrado en las mujeres del sistema, también podemos tomar la ira de los hombres. En esta ocasión, y por lo que seguimos reivindicando, me he centrado en la heredada de tantas mujeres sometidas a un sistema que nos trata como objetos, que no nos incluye como iguales y que desde luego nos sigue mirando como inferiores. Aún nos queda mucha lucha en las calles.

Y esa es otra de las formas que tenemos de volcar aquello que sentimos, desde la sororidad de las que entienden la vida como nosotras, que han vivido y viven situaciones iguales o muy parecidas. Ponernos también en sus zapatos y caminar juntas.

Las Constelaciones necesitan esa mirada feminista que nos lleva a observar los sistemas con perspectiva de género, que nos hace ver que las situaciones a las que se ha sometido a las mujeres durante toda la vida tienen algo en común, que han aguantado un adoctrinamiento dirigido a que fueran ellas y sólo ellas objetos hechos para satisfacer el deseo de los hombres: nos han dicho cómo vestir, cómo pensar, cómo comportarnos, cómo maternar, cómo amar, cómo aguantar, cómo callar…No hay un solo sistema en el que esto no se haya dado, independientemente de la clase social y el lugar del mundo en el que se nazca.

¿Qué le agradeces a tu ira?

Mirar hacia nuestro sistema, honrar a nuestras ancestras, colocarnos de su lado pero a nuestra manera, gritar lo que ellas no pudieron gritar, dejar salir toda esa ira que nos atraviesa y saber que forma parte de nosotras, que no es una extraña, que nos pertenece y que está ahí para advertirnos de que no repitamos lo mismo que ellas. Agradecer esa parte de nosotras que sabe decir basta, que pone límites, que no se deja amilanar. Agradecer que no somos sumisas sino libres de ejercer nuestro derecho a enfadarnos.

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