Si el otro día hablaba de cómo no se nos ha enseñado nada sobre sexualidad porque ha sido un tema tabú a lo largo de la historia, hoy extendemos esa mirada sistémica a través de invisibilizar nuestro deseo y nuestro placer, y lo voy a hacer con motivo de la revisión de La casa de Bernarda Alba, que he vuelto a ver ayer en el teatro y que sigue conmoviéndome hasta los cimientos.
En esta nueva versión teatral es todavía más visual la emoción de cada hija frente al duelo ya que incorpora movimiento y música y eso sumado al peso del texto y la interpretación, tiene un calado brutal.
Bernarda es la matriarca, acaba de quedarse viuda y encierra literalmente a sus hijas durante ocho años para pasar ese duelo. En ese tiempo no les permite el disfrute, tienen que teñir toda su ropa de negro, no pueden salir a la calle y sólo se les permite bordar el ajuar. Encarna lo que se espera de ella, no admite otra cosa que la decencia, ha aprendido que eso es lo que vale y es lo que quiere para sus hijas. Es a la vez víctima y verdugo del sistema patriarcal. Una vez fue joven y ha escondido bien dentro a esa mujer para sacar lo peor de ella a través de una herida muy profunda. Tal y como se portaron con ella, ella se porta con sus hijas.
Angustias es la hija mayor, pertenece a otro matrimonio y al fallecimiento del marido de Bernarda, Antonio, hereda lo correspondiente a su padre y con ello puede casarse. Envidiada por sus hermanas por tener la oportunidad de salir de la casa con ello y además de llevarse al mejor hombre del pueblo. Es el vértice de un iceberg que sostienen los celos de sus hermanas que no han tenido su suerte y que además ven que tras ocho años de encierro no van a tener nunca. Representa la decencia, lo que debe hacerse, todo dentro de las normas que marca su madre.
Adela es la hija pequeña, la que se atreve a romper con las normas del sistema, la que se atreve a ser dueña de su cuerpo, de sus emociones, de su deseo y de su placer, y lo hará por encima de todo. Tendrá que engañar y pasar por encima de los mandatos sociales y de su madre y a través de su trágico final podemos entender que si no te dejan vivir la vida que quieres y como quieres, no te dejan alternativas. Ella elige cómo vivir y cómo morir.
A través de estos tres personajes podemos vislumbrar lo que pasa y ha pasado en muchos sistemas en los que, además de no tenerse en cuenta nuestro placer y deseo, no se tenía en cuenta nuestras emociones y sentimientos. Hemos sido durante toda la historia moneda de cambio, objetos de placer para otros y cuando alguna ha sacado los pies del tiesto, ha venido el resto para volver a metérselos.
Esto se ve muy bien con las demás hermanas que, sabiendo lo que ocurre entre Adela y Pepe el romano, callan, tiran puyas irónicas, se pelean entre ellas, están amargadas y no hacen nada para solucionarlo. Son víctimas de ese sistema que las obliga a callar y a asentir.
Es una obra que sigue teniendo muchos hilos sueltos que llegan hasta hoy. Cuántas mujeres siguen siendo entregadas a matrimonios de conveniencia, a cuántas las empujan a casarse para llevar una vida que no han elegido, a cuántas las obligan a ser madres sin siquiera pararse a decidir si quieren serlo o no. Y lo más importante, a cuántas les siguen quitando, a través de la mutilación genital, su placer.
La violencia sistémica familiar en este caso es igual a la violencia sistémica que viven fuera de su casa. Un sistema que nos ha obligado a obedecer, a hablar lo justo, a responder sólo cuando nos preguntaran, a no dar nuestra opinión, a no dejar decidir sobre lo que queríamos. Un sistema que ha invisibilizado nuestro placer para normalizar el de los hombres y sus necesidades y que cada vez que hemos intentado saltarnos esas normas nos ha castigado sin piedad.
Para muestra la mujer, que habiéndose quedado embarazada, decide deshacerse de su hijo para no sufrir el escarnio social y que acaba siendo apedreada y agredida por todo el pueblo.
Tenemos derecho al placer y tenemos que trabajar en nuestro sistema para entender porque ellas no pudieron tenerlo. Sólo entendiendo esto podemos hacernos libres y vivir nuestra sexualidad como queramos vivirla.
La visibilización del deseo y el placer no sólo vienen de la mano de Adela, también su abuela, encerrada para que no moleste, se escapa y se muestra al mundo desde ese deseo, muestra su cuerpo y lo que es sin tapujos. Deja salir, ahora sin trabas, debido a su deterioro cognitivo, todo lo que alberga de placer y vida en ella.
En consulta sale el tema de la sexualidad muy a menudo y cuando miramos hacia esos sistemas, vemos que en casi todas las ocasiones son mujeres a las que se les ha negado la mirada hacia su propio cuerpo y su placer y eso necesita ser visto, necesitamos ponerle conciencia para poder hacerlo de otro modo, sin arrastrar cargas que no son nuestras.
Y termina la obrar con un tema candente: la decencia. «Que sepa todo el mundo que mi hija ha muerto virgen» No vaya a ser que sepan que pudo disfrutar de su cuerpo y quieran otras seguir su ejemplo…
Como dice Alfredo Sanzol, director de la adaptación teatral, «¿hasta que punto no vivimos todas en una casa en la que hay más Bernardas y Bernardos de los que pensamos?»
