¿Qué corazas nos ponemos para sobrevivir en un mundo que nos agrede continuamente?
Hablaba el otro día con una clienta sobre cómo la hacían sentirse algunas personas con su voz y su corporalidad. Esto nos llevó a una reflexión profunda: ¿Seguro que esa persona es así todo el tiempo o sólo se muestra así para que no vean su vulnerabilidad?
Eso me hizo pensar en las corazas que nos ponemos para no mostrarnos tal y como somos, esas capas que aprendemos a vestir desde pequeñas para evitar que otras personas nos hagan daño: Si soy una persona frágil o miedosa de que me agredan, puede que empiece a actuar con una gestualidad amplia, que mis movimientos sean amenazantes incluso y que mi voz sea grave y en un tono alto, sólo para disuadir a aquellas que se acerquen a mí. Es un decir «aquí estoy yo y soy fuerte, qué miras!»
Si sólo nos quedamos con el juicio, nos perdemos lo que hay en el fondo de esa persona y si nos permitimos conocerla quizás encontremos a alguien atormentada, que tuvo que cubrirse las espaldas previendo un ataque.
Suele pasar con criaturas que sufren acoso escolar y cuando son cambiadas de centro, actúan en el nuevo con un nuevo rol. Adultas que han sido machacadas en sus trabajos y aprenden a esconder lo que son para mostrar lo que se espera de ellas.
Todas llevamos corazas y nos las quitamos con las personas que nos dan confianza, que se abren a nosotras y nos permiten hacer lo mismo.
Lo maravilloso es saber que las llevamos, que no son nosotras sino una herramienta y que podemos liberarnos de ellas cuando estemos preparadas para ser auténticas.
Dejar ver nuestros miedos y vulnerabilidades no debería ser algo malo ni que pudiera utilizarse en nuestra contra, debería ser lo normal, poder mostrar lo que somos y cómo nos sentimos en cada momento.
Nos faltan educación emocional y afectiva y mientras sea necesario cubrirnos con corazas para que no nos hagan daño, es que algo sigue sin funcionar ahí fuera.
