
Hace unos años, concretamente en 2020 hice una reseña sobre el libro que inspira esta película y ya me revolví mucho cuando lo leí. La película ha tenido el mismo efecto, ampliado además por imágenes que se han quedado en mi retina.
La historia es dura y una no llega a entender partes de la misma, como que la madre no pusiera fin a esa relación, preguntarse dónde está el padre -si lo había-, qué hacía la sociedad mirando hacia otro lado cuando todo el mundo sabía que el tipo era un pederasta.
El pan nuestro de cada día, entender que las relaciones de poder son abusivas se den donde se den, que la infancia -y en este caso la adolescencia- no se toca! que nuestro cuerpo es nuestro.
Hay quien puede ver, viendo la película, que ella lo hacía con consentimiento, pero, ¿Qué clase de consentimiento existe en una relación de poder? esa es la pregunta.
La persona sometida no es capaz de entender que lo hace coaccionada por lo que la otra pueda pensar, hacer, decir, que existe un miedo a ser abandonadas, no queridas, rechazadas.
Las relaciones deberían ser igualitarias, equitativas, equilibradas y por supuesto, de buentrato.
Pero para ello deberíamos tener un sistema educativo que abogara por la educación afectivo-sexual desde la infancia y justo ahí es donde chocamos con un muro insalvable.
La educación sexual no va de poner preservativos o de enseñar biológicamente cómo funciona la reproducción, va de entender nuestro espacio personal, de entender nuestro cuerpo, de saber cuándo sí y cuando no me apetece compartir mi cuerpo con alguien y qué consecuencias puede tener hacerlo.
Es saber que sexualidad no es sólo penetración, que incluye todo un mundo sensorial al que abrirse antes de la genitalidad…va de tantas cosas que hay a quien le da miedo.
Supongo que es otra forma de someter. Mientras no sepas, no preguntas, no te quejas y así siempre ganan los mismos.
Ahora en pleno caso de abusos sexuales en Francia me vienen a la cabeza además de este libro el de La familia grande, que también vimos y que también es tremendo.
Esto tiene que parar ya.
La vergüenza, como dice Gisèle, tiene que cambiar de bando, y es urgente.
