
¿Qué cara tiene la muerte? ¿Qué mirada? ¿Cómo la imaginamos? ¿Qué hacemos cuando su presencia se hace incuestionable?
La vida no existe sin la muerte y la muerte no existe sin la vida. Ambas forman parte de un mismo ciclo. Lo que muere vuelve a renacer y lo que vive acaba muriendo.
Empezamos a morir en el mismo instante en que nos insuflan vida. En el útero materno ya nos enfrentamos a un primer momento de vida o muerte. Nacemos y toda nuestra existencia se basa en sobrevivir, en aprender para conquistar cada año un poco más de vida, y a medida que cumplimos años nos vamos acercando inevitablemente al final. Ese final puede que no sea el que esperamos.
¿Cómo te gustaría morir? ¿Cómo te gustaría que murieran tus seres queridos?
Ante esta pregunta que planteo cada año en los talleres la respuesta es muy similar: sin sufrimiento. Eso lo resume todo.
Si quisiéramos morir sin sufrimiento y que nuestros seres queridos lo hicieran del mismo modo, ¿Por qué cuando nos lo plantean no somos capaces de escuchar y aceptar lo que han decidido? ¿Por qué nos cuesta tanto despedirnos cuando la muerte que anuncia una enfermedad no les va a dar ninguna dignidad?
Puro egoísmo. Ni más ni menos. Nadie quiere perder a alguien a quien ama. Enfrentarnos a la ausencia, a la soledad, a la casa en silencio, a recoger y repartir sus cosas, a vaciar una casa, a echarles de menos y no poder escuchar su voz, olerles, verles…
No nos enseñan a tener relación con la muerte, nos la evitan- la real, claro, la de películas, series y videojuegos está a la orden del día- y cuando llega no sabemos gestionarla, no sabemos qué hacer con ella. Los ritos mortuorios se han perdido. Hubo un tiempo en que se velaba a los difuntos en casa y todo el mundo, criaturas incluidas, estaban presentes en esa despedida. Ponían cara a la muerte, eran conscientes de que esa persona se había ido, la podían ver inerte, podían ver la tristeza, sentirla. Ahora los tiempos se han vuelto asépticos, no se lleva a las criaturas a los hospitales, ni a los tanatorios, ni a los entierros, se les cuenta que tal o cual se ha ido al cielo y esas criaturas se pasan la vida mirando hacia arriba sin ver ni entender nada.
Criaturas que se convierten en adolescentes que siguen sin ningún contacto real con la muerte, y que llegan a adultas evitando mentarla como a la bicha. En estas estamos cuando nos dan una mala noticia y de repente nuestra mente no es capaz de entender lo que está pasando, entra en negación y negociación para evitar a toda costa el final anunciado y en ese camino pocas veces pensamos en lo que quiere la persona afectada, estamos más empeñadas en que viva que en pensar de qué manera va a vivir si alargamos su agonía.
Para ello entro en vigor la Ley Orgánica 3/2021, de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia, para entender que hay quien decide que no quiere seguir sufriendo porque lo que le espera es peor, es lo inimaginable y les va a tocar a quienes tanto quiere, y no quiere verles pasar por ello. No es que una vaya a solicitarla y te la den como un boleto de feria, no. Solicitar la asistencia a la muerte conlleva informes que indiquen que no hay nada que hacer al respecto, que hay un sufrimiento evitable y que esa persona es apta para solicitarlo. También están los testamentos vitales para no sufrir más de lo debido en casos extraordinarios.
Pero no es así para todo el mundo ni en todo el mundo, por ello mucha personas optan por pedir ayudas- a veces fuera de la legalidad- para llevarla a cabo. Lo veíamos en Mar adentro con el caso de Ramón Sampedro y lo hemos vuelto a ver en La habitación de al lado. En el primer caso necesitó ayuda para hacerlo, en el segundo sólo necesitó acompañamiento. En ambos hubo una implicación humana, hubo dos mujeres que accedieron a estar hasta el final, con todas las consecuencias. En el primer caso, un caso real, hubo repercusiones. En el segundo, un caso ficticio que podría ser real, también las hubo. No aceptamos que la muerte sea una decisión, al menos no lo acepta la justicia. En España hay una asociación, Muerte digna, que lucha por ese derecho.
¿Cómo actuar ante esa decisión?
Ante todo sin juicio. Cada persona tiene derecho sobre su cuerpo y sobre su vida, por más que nos cueste admitirlo. En Polvo serán una decisión empuja otra y la familia tiene que entender lo que está pasando y no es fácil. En Europa hay países que acogen esta modalidad de morir en pareja, cuando alguno de los dos no tiene más esperanza de vida y el otro decide acompañarlo. Lo duro es la orfandad repentina, saber que tus padres van a morir el mismo día por decisión propia, pero de igual forma lo harían en un accidente de coche, por ejemplo. Al menos con la muerte asistida se evitan el sufrimiento.
Y luego están las personas que deciden seguir adelante con todo y optar al final por los cuidados paliativos. En Los demás días se puede ver cómo trabaja el equipo de paliativos liderado por el Doctor Pablo Iglesias, pionero en estos cuidados y que es una pura maravilla. El mismo equipo aparece en un cameo en Los destellos, donde los cuidados se extienden un poco más en una circunstancia que hace de la película un lugar de encuentro y amor en los últimos días de una persona.
Lo importante que saco de todas ellas es el autocuidado, el poder estar cuidando y acompañando a otra persona sin perderte a ti misma. Si no me cuido, no puedo cuidar.
Nos espera una sociedad de cuidados, en la que nos vamos a ver en los dos extremos: cuidando y siendo cuidadas y es necesario tener claras nuestras opciones para no llevarnos sorpresas.
