Ayer tuvimos una sesión preciosa en Matrioskaje en la que hablamos de sueños y fantasías, en sus diferencias y en sus implicaciones cuando van de la mano y afectan a nuestra salud mental. Soñamos incluso antes de nacer, antes de ponerle nombre a lo que nos está pasando, antes de darle un significado o de poder proyectarlo a futuro.
Estos sueños podemos tenerlos, a lo largo de nuestra vida, despiertas o dormidas. En el primer caso son ensoñaciones o fantasías y en el segundo formarían parte de los ciclos circadianos y nos sirven para descansar, integrar y experimentar sobre lo que nos sucede en la vida.
¿Qué tipo de sueños tienes? ¿Con qué sueñas? ¿Tienes sueños reparadores o pesadillas?
En el caso de soñar despiertas, normalmente proyectamos lo que deseamos para nuestra vida en todos los planos: personal, relacional, social y de esta forma fantaseamos con algo mejor, con ser queridas, valoradas, también con venganzas, con ser salvadoras…Pero hay que distinguir entre lo que se puede llevar a cabo y lo que no.
Si nos vamos a nuestra más tierna infancia descubriremos que muchas de esas fantasías eran con ser princesas, por ejemplo, y ya de mayores esas fantasías pasaron a ser sueños realizables: tener una vida mejor, un trabajo que me dé autonomía, una buena persona que me acompañe en la vida, dejando de lado aquello que era un mundo irreal para convertirlo en algo alcanzable.
¿Quién no sueña con un mundo mejor para ella y para quienes ama?
Ese sueño que parece tan fácil en nuestra mente se vuelve a veces una pesadilla para muchas personas. Millones de personas buscan cada día un lugar mejor en el que poder desarrollarse, en el que criar a su prole, en el que trabajar dignamente…muchas de esas personas no llegan nunca a cumplir ese sueño, muriendo en el intento.

En esta maravilla de corto, Cafuné, se muestra dónde van a parar esos sueños y cómo sobrevivir a lo que otras personas soñaron para nosotras.
Por otro lado tenemos fantasías que alimentan nuestros egos, nos excitan, sacan una parte de nosotras que necesita ser vista y reconocida, y no está mal. Las fantasías son nuestras, nos sirven como conductor para expresar necesidades, sean las que sean, no tenemos por qué compartirlas y por supuesto, no tenemos por qué llevarlas a cabo.
¿Qué tipo de fantasías tienes?
Una de las fantasías más comunes es la de carácter sexual. Podemos imaginar lo que nos venga en gana para excitarnos sin eso querer decir que queramos llevarlo a cabo en la vida real. La más frecuente entre mujeres es la fantasía del maltratador, sometiendo y violando por la fuerza. No tendría mayor problema si eso nos excita, y siempre que sepamos entender por qué la llevamos a cabo en nuestra mente: quizá sólo necesitamos perder el control que tenemos sobre nuestra vida para relajarnos y gozar y de esta forma «sometemos» a esa parte controladora. El problema surge cuando eso nos lleva a la culpa y a preguntarnos si realmente queremos ser violentadas. La respuesta es clara, NO. También fantaseamos con hacer daño o matar personas y probablemente no seríamos capaces de hacerlo llegado el momento porque no somos unas asesinas.
Soñar y fantasear está bien porque nos ofrecen ver otras partes de nosotras que a veces permanecen en la sombra, partes que también somos nosotras mismas. Escuchar, entender y abrazar esas partes nos ayuda a ser más nosotras, a integrar y a completar nuestro Yo más verdadero.
