
La historia se repite una y otra vez, como una rueda de hámster que no deja de girar. Ahí estamos nosotras a lo largo de la historia, subidas a esa rueda e intentando por todos los medios seguir corriendo en ella para no ser expulsadas de la jaula.
Si dices que sí y luego que no, sólo oyen el sí. Si dices que no, lo que oyen es insiste hasta que diga que sí. La eterna rueda girando.
Da igual la edad, dan igual las circunstancias, que levante la mano quien en su vida no se haya encontrado en alguna situación en la que ha preferido callar para salir de allí cuanto antes: un noviete que se pone pesado, el chico de la feria que insiste sin parar, un compañero de oficina que te arrincona en una esquina o en una fiesta, un jefe que te lleva a cenar para que conozcas a contactos que no se presentan…infinidad de historias que empiezan de la misma manera. Y allí estamos nosotras, atrapadas, sin salida, pensando a toda mecha cuál es la mejor opción, a veces sin tiempo a pensar, sólo dejando que pase.
Y luego está el contarlo y el qué dirán, porque seguro que dicen algo. El juicio que nos hace pequeñas, que nos coloca en el lado de las malas, de las que seducen, de las frescas, de las guarras, de las putas. Y preferimos callar y aguantar en silencio, hasta que el cuerpo grita lo que nosotras no podemos.
Aquí empieza otro calvario. Nuestra salud mental y física se ven mermadas, enfermamos por dentro y por fuera y cuando se dan cuenta, a veces es tarde y hemos entrado en una espiral de autodestrucción porque, claro, la culpa es nuestra.
¡Ay, la culpa! Esa eterna compañera que nos corroe, que nos abraza y nos asfixia, que por más que lo intentamos no nos suelta, que viene con nosotras de serie y desde tiempo inmemorable, que forma parte del ADN de todas nosotras, sin excepción, esa segunda piel que no nos quitamos nunca.
Y entonces el silencio, el callarnos desde dentro, el oírnos sin distorsión, el encontrar la luz, el escucharnos con el corazón y entender que no somos nosotras, que nunca somos nosotras, que son ellos.
Ellos, que se excusan, que interpretan, que insultan, que nos humillan una y otra vez si nos atrevemos a hacerles cara, que se justifican, que se defienden los unos a otros…y aquí no pasa nada, oiga.
Tenemos fresquito el juicio a Rubiales por la agresión a Jenni Hermoso, el señoro que no se baja de su escalera y que miente descaradamente cuando hemos sido millones las que hemos visto la agresión en directo. Y suma y sigue.
Soy Nevenka es un claro ejemplo de esto. La primera denuncia que se ganó en un juzgado por acoso sexual interpuesta a un político. Un político que hizo de su ciudad un cortijo y que a día de hoy sigue mandando más que el que más manda. Una víctima, ella, que se tuvo que ir de España. Así es como castiga este país a las mujeres que dan la cara, echándolas a los leones, juzgándolas públicamente desde los estrados, gritándolas como si ellas fueran las culpables.
Luego hay otro juicio, el propio. El peor juez, una misma. How to have sex es una película que nos podría haber pasado a cualquiera con su grupo de amigas. Querer no quedarse atrás, ser igual a cualquier precio, incluso cuando entiendes que lo que está pasando no te está gustando. No eres capaz de decir nada, porque tú, amiga, vas de moderna, de yo también puedo hacerlo. Y cuando aquello cala en el cuerpo, este se rebela, tu mente se rebela y entonces no hay forma de ocultarse porque parece que todo el mundo te está mirando a ti y sabe lo que ha pasado. Y, ¿Cómo vuelves atrás en el tiempo? ¿Cómo decirte entonces que lo mejor hubiera sido no tener prisa?
Nos juzgamos duramente por acciones que muchas veces no están en nuestras manos. Es imprescindible aprender a decir sí cuando queremos y a decir no cuando no tenemos ganas. Sea lo que sea. El consentimiento es algo que debemos introducir en nuestras venas para que generaciones posteriores no se encuentren en el mismo dilema.
