Perdonar no significa justificar.
No se justifica la opresión, la restricción de los derechos humanos, la violencia, el daño físico o psíquico a las personas, sean niñxs o adultxs. Todo acto tiene sus consecuencias para quien lo realiza. Sus consecuencias personales y sociales. Las comunidades tienen sus formas de poner límites o reparar daños de conductas lesivas. Pero al margen de cuáles sean, hay un proceso interno que nos toca hacer personalmente para poder vivir una nueva vida: perdonar y perdonarnos. El perdón no es un favor que hacemos a la persona que nos ha hecho daño, queriendo o sin querer; el perdón es un favor que nos hacemos a nosotrxs mismxs para curar nuestra herida, ponernos en paz y sentir nuestra capacidad de renovación, nuestra dignidad, nuestra energía interna. No importa que la persona a la que hemos perdonado se entere o no, nos quiera o nos rechace. El perdón es algo personal. No tiene que ver con la otra persona. No hemos de estar de acuerdo para ello. Forma parte del duelo, de nuestra capacidad de resiliencia y del proceso de TRANSFORMACIÓN.
(Fina Sanz- La Fotobiografía)
Hoy, trece años después, perdono…pero no olvido