La vida y la muerte forman parte de un mismo ciclo. Nada nace y nada muere, todo se transforma y en ese ciclo de transformación estamos nosotres, nos guste o no.
En la cultura occidental hablar de la muerte no está bien, dejarnos verla en toda su extensión en los telediarios, por lo visto sí. No se nos enseña a vivir con ella, a tratar de conocerla y de esta forma no le ponemos sentido a nuestra vida.
Si nos contaran que toda nuestra vida tiene como fin morirnos habiendo dejado atrás una estela de plenitud, quizás el vivir cobraría otro sentido, nos dejaríamos la piel en el camino para llegar al final con los deberes bien hechos.
Respetar, amar, escuchar, entender… no sólo a quienes nos rodean, sino también a todo lo que nos rodea es el fin en sí mismo, cuando logras entenderlo tu vida da un cambio radical, comienzas entonces el camino de conocimiento y acompañamiento tanto de ti misme como de todas aquellas personas con quienes coincidimos a diario.
Una semilla cae en la tierra, profundiza, se alimenta de ella y del agua que recibe de la lluvia, comienza a crecer. Al principio es un tallo simple, endeble, que se agita de un lado a otro, pero con el tiempo comienza a hacerse fuerte, a enraizarse, a crecer. Se convierte en un árbol que cada año irá sumando su número de ramas, de hojas y de flores y que un día cuando menos lo espera dará sus frutos. Estos serán en un principio pequeñas formas verdes y apretadas y con el sol, el agua y el tiempo irán expandiéndose y creando colores, texturas…y madurarán. Algunos serán recogidos pero otros caerán al suelo poblando éste de nuevas semillas…y así una y otra vez…en un ciclo infinito.
Para que el ciclo no se detenga se tienen que dar las condiciones óptimas, tiene que llover regularmente, la tierra debe ser abonada, el árbol cuidado…
Nuestra vida es esa semilla, no todes venimos con las condiciones óptimas para vivirla, pero hay que intentarlo, porque cambiar esas condiciones depende de nosotres y cuando seamos esos frutos maduros podamos dividirnos infinitamente en nuevas semillas que seguirá alimentando la tierra.
Disfrutemos la vida que nos ha tocado vivir con el respeto que merece, dejando a quienes vienen detrás la tierra bien abonada y que cuando nos llegue el momento de partir lo tengamos todo resuelto, todo perdonado y podamos partir en paz…hacia el Norte.
Al Norte, a la casa del silencio, de donde todes venimos para cumplir una misión y a la cual volveremos cuando la hayamos realizado. (Extracto del rito para el Equinoccio de la Primavera en la cultura mexicana)