Somos caras de una misma moneda, unas veces víctimas y otras agresoras.
Víctimas y agresoras de nosotras mismas y de las demás personas. Muchas veces de forma inconsciente nos convertimos en nuestra peor pesadilla, nuestras inseguridades nos llevan al punto de exigirnos, de empequeñecernos por miedo, de agredirnos verbalmente y físicamente, de convertirnos en agresoras sin saber ni siquiera que lo somos; y a la vez somos víctimas, de nuestros propios insultos, de nuestra propia humillación, de nuestra propia exigencia.
Hacemos tanto por agradar a las demás, que nos olvidamos de nosotras mismas, tanto por parecernos al estereotipo que nos han marcado, que acabamos por ser una mala copia de la maravillosa persona que somos.
Los dites y diretes no hacen más que minar nuestra autoestima y eso nos pasa factura, tanto a las adultas como a las niñas y adolescentes.
Estoy viendo una serie -que os recomiendo encarecidamente que veáis con vuestrxs hijxs, sobrinos, nietxs…-, que se llama Trece razones. No tiene desperdicio. Es una serie adolescente en la que se ve el tema del acoso escolar en toda su dimensión. Y yo como adulta, desde mis ojos de adulta, pero poniéndome en su piel me pregunto qué haría yo en esa situación…y el caso es que no soy capaz de imaginarlo.
Está claro que el acoso escolar ha existido siempre, el insulto fácil, el dejar de lado a alguien, los falsos rumores…pero ahora hacen mucho más daño porque corren mucho más rápido gracias a las redes sociales.
Intentar comprender lo que pasa y darle sentido (para eso veo la serie), para poder atajar los conflictos antes de que pasen, para identificar pautas, comportamientos y adelantarnos a algo que no tenga marcha atrás.
Todo empieza con la autoestima, esa semilla que debemos plantar en casa, regar cada día y ver crecer fuerte y sin fisuras. Educar a nuestras generaciones, e incluso a las madres y padres de esas generaciones, a plantar en sus hijxs las semillas de la autoestima y el amor por una misma es esencial para cuando se enfrenten a situaciones que les provoquen, aunque sea mínimamente inseguridad.
Identificar que en ocasiones podemos comportarnos como agresoras, simplemente para no ser víctimas es un principio. Tirar del hilo y ver por qué llevamos a cabo ese comportamiento, un paso más. Cambiar ese comportamiento y colocarnos empáticamente en la posición de la víctima, para entender que es como nosotras, que tiene detrás su propia historia y que le debemos respeto es la propuesta.
Por eso hay que alimentar a nuestra mente de forma saludable, regar las semillas que nos hagan crecer y prosperar, arrancar las malas hierbas y cortar por lo sano las ramas podridas, de esa forma tendremos buenos árboles, con buenos frutos, y esos frutos son los que seguirán alimentándonos en el futuro.
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