En nuestro devenir por este mundo nos encontramos muchas situaciones que nos duelen, gente que nos agrede, no de forma física, que también, sino de forma emocional. Circunstancias que nos anclan a determinadas heridas que creemos sin posibilidad de cura: heridas personales, de género, históricas…
La posible cura de esas heridas está al alcance de nuestras manos, sólo tenemos que escuchar qué nos dice el cuerpo, dónde está el daño, analizarlo, perdonarlo…
El perdón es lo más difícil, sobre todo si es sincero, no se trata de un gesto hipócrita de «te perdono» pensando «esta te la guardo», sino de un gesto de corazón, un gesto que nos ha tenido que dar que pensar, un gesto de amor tanto por nosotrxs como por la otra persona, porque como acabo de contarte nos ha provocado una buena herida, una afrenta que a nuestros ojos es grave! Este perdón sólo depende de nosotrxs, no importa que la otra persona nos pida o no perdón, éste está sólo en nuestras manos. Entender esto es la clave para cerrar las heridas abiertas.
No pongamos tiritas mediocres perdonando a medias, seamos sincerxs, toquemos la herida, veamos que profundidad tiene, que nos ha hecho tanto daño y busquemos la cura.
Si no curamos las heridas continuamos con la agresión y ésta no nos deja continuar en nuestro camino de crecimiento.
«Lo que olvidas hace daño, lo que perdonas no» (Fina Sanz)
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