El tiempo…algo intangible que se escapa entre las manos, entre una y otra mirada, de uno a otro momento…
¿En qué gastamos nuestro tiempo? Y aún más importante, ¿con quién lo gastamos?
Cuando hablamos de perder el tiempo, y lo hacemos muy a menudo es porque nos queda la sensación de hacerlo…pero, es que lo hacemos de verdad! Un ejemplo: cuando tenemos una conversación interesante con alguien y nos está nutriendo emocional o espiritualmente e incluso intelectualmente ese tiempo no tiene precio, lo aprovechamos, se nos hace corto, quisiéramos que no terminara nunca…pero!!…si por un casual nos hacen perder el tiempo con una llamada de teléfono para vendernos algo, una conversación vana y vacía, un retraso ocasionado por una mala gestión…¿quién nos devuelve ese tiempo? NADIE, simplemente se va, se esfuma y no vuelve.
Tratemos de que nuestras conversaciones, nuestros ratos de entretenimiento y nuestras vidas estén llenas de momentos que merezcan la pena, de tiempo bien invertido y disfrutemos realmente de lo que nos interesa y nos gusta regalando nuestro tiempo a quienes verdaderamente lo merecen.
Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de cinco años se levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá y tirando de la manta lo despertó.
-¿Cuánto ganas papá?- le preguntó.
-Ehhh…¿cómo?- preguntó el padre entre sueños.
-Que cuánto ganas en el trabajo.
-Hijo, son las doce de la noche, vete a dormir.
-Si papi, ya me voy, pero tú, ¿cuánto ganas en tu trabajo?
El padre se incorporó en la cama y en grito ahogado le ordenó:
-¡Te vas a la cama inmediatamente, ésos no son temas para que tú preguntes!¡y menos a medianoche!- y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto.
A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre decidió contestarle al hijo:
-Respecto a la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 euros pero con los descuentos me quedan unos 2.200.
-¡Uhh!…cuánto ganas, papi!- contestó Ernesto.
-No tanto hijo, hay muchos gastos.
-Ahhh, y ¿trabajas muchas horas?.
-Sí hijo, muchas horas.
-¿Cuántas papi?
-Todo el día hijo, todo el día.
-Ahh- asintió el chico, y siguió- entonces tu tienes mucho dinero, ¿no?
-Basta de preguntas, eres muy pequeño para estar hablando de dinero.
Un silencio invadió la sala y calladxs todxs se fueron a dormir.
Esa noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano.
-Papi, ¿me puedes prestar cinco euros?
-¡Ernesto!, ¡Son las dos de la mañana!- se quejó el papá.
-Sí, pero…¿me puedes…?
El padre no le permitió terminar la frase.
-Así que éste era el tema por el cual estás preguntando tanto por el dinero, mocoso impertinente. Vete inmediatamente a la cama antes de que te dé un azote. Fuera de aquí, a la cama, vamos!
Una vez más, esta vez llorando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto del hijo. Desde la puerta lo escuchó lloriquear casi en silencio.
Se sentó en su cama y le habló.
-Perdóname si te grité, Ernesto, pero son las dos de la mañana, toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podías esperar a mañana?
-Sí papá- contestó el niño entre sollozos
El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de donde extrajo un billete de cinco euros. Lo dejó en la mesita de noche y le dijo:
– Ahí tienes el dinero que me pediste.
El niño se enjugó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su armario, de allí sacó una lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó el billete a los demás y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después agarró el dinero entre las manos y lo puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo.
-Ahora sí- dijo Ernesto- llego justo, doce euros con cincuenta céntimos.
-Muy bien hijo, ¿y qué vas a hacer con el dinero?
-¿Me vendes una hora de tu tiempo, papi?
Jorge Bucay
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