
Dice la Biblia que hay un tiempo para todo. No estoy a favor de lo que cuenta pero esta frase sí me toca porque creo que no hay verdad mayor.
Ahora nos toca reflexionar. Reflexionar sobre todo lo que gira a nuestro alrededor y de qué forma nos está afectando.
Este confinamiento obligatorio nos está dando un tiempo extra y deberíamos saber aprovecharlo.
Primero conectando con nuestras emociones, sensaciones, sentimientos, incluso llevándolos por escrito a un cuaderno que podamos releer una vez pasada esta crisis.
Después conectando con lo que nos rodea. Tenemos la oportunidad de conectar con nuestra familia nuclear si estamos con ella, aprender a negociar nuestros espacios, tener conversaciones con fundamento, leer en familia, jugar en familia, hacer ejercicio, meditar…
Si te ha pillado sola en casa, también tienes la oportunidad de aprender sobre ti, sobre cómo te está afectando esto, sobre tus habilidades y también, por qué no, sobre tus carencias.
Todo lo que reflexionemos ahora, todo lo que aprendamos ahora será lo que sustente lo que haremos cuando esto pase. ¿Qué clase de persona he sido hasta hoy? ¿Qué clase de persona soy en este confinamiento? ¿Qué clase de persona quiero ser tras esta crisis?
Conectar con nuestros deseos, ponerles nombre, ponerles foco e ir poco a poco viendo la luz del túnel. Porque esto, también pasará.
El otro día leía un artículo de una de mis maestras, Fina Sanz, que os recomiendo porque trata del laberinto que estamos pasando estos días, de cómo nos ha metido la vida en él, del camino que debemos recorrer para salir airosas y de qué podemos encontrar a la salida.
Es una metáfora estupenda para ver en qué punto estamos, porque aunque esto acabe en unas semanas, la vuelta a la normalidad no va a ser de golpe y porrazo. Esto va a dejar secuelas.
Esto nos va a dejar tocadas queramos o no. Todo el mundo va a perder a alguien conocido en el camino, a unas nos tocará más cerca y a otras un poco más lejos, pero al final todas tendremos que pasar por un duelo que va a ser difícil de sostener por lo extraño de la situación.
Creo que es la primera vez en la historia que pasa algo de tal dimensión en la que la gente está muriendo sola, sin nadie que la tome la mano, que la dé un último beso, un último adiós, y eso pesa, pesa en el alma y si no lo cerramos bien se quedará supurando como una herida abierta.
Y al dolor de la muerte hay que sumar el dolor de no poder despedir a nuestros seres queridos con un entierro como nos hubiera gustado. Por las circunstancias tan especiales que se están dando, están incinerando los cadáveres y eso supone que habrá una parte de la población que sume esto a su dolor de pérdida, porque no todas las personas hubieran querido ser incineradas, bien por sus creencias religiosas o personales.
Para ayudarnos están surgiendo grupos de ayuda al duelo de forma on line y nosotras haremos talleres especiales en cuanto pase esto para poner nuestro granito de arena.
Yo particularmente soy más partidaria de acompañar a los grupos de duelo de forma presencial, porque así puedo sostener sus emociones, cosa que no puedo hacer con un ordenador, pero como medida de contención no me parece mala idea.
Para terminar con esta reflexión, que me ha salido larga, me gustaría saber qué parte de la población (masculina sobre todo) ha aprovechado el tiempo para aprender a guisar, poner lavadoras, planchar, coser, bañar a sus hijxs…o si esa población ha seguido estando al cuidado de las de siempre.
Ahí lo dejo
#yomequedoencasa
