Hay veces en que lo único que te queda es mirar hacia arriba, apoyar bien los pies en la tierra y darte impulso.
Si te encuentras en esa situación es que has caído tan tan profundo que no hay más tierra por abajo y lo único que puedes ver son las paredes del hoy y como mucho la luz que ilumina su salida muy muy arriba, y a veces ni eso.
Yo estoy en estos momentos saliendo del hoyo, un hoyo que me resulta familiar, que ya conozco, que se presenta ante mí muchas veces y que da igual las herramientas que tenga, vuelvo a asomarme a él y me dejo llevar por la sensación de vacío hasta deslizarme poco a poco como en un tobogán que me acoge y me arropa. Es cierto que cada vez la caída duele menos, que el camino es más corto y que cada vez veo antes la luz.
Imagina ahora esto sin herramientas para tu control emocional, sin pararte a analizar qué haces otra vez aquí, sin saber cómo salir del hoyo.
Ese hoyo puede ser cualquier cosa que se repita en tu vida, también puedes llamarlo laberinto, pero en forma de hoyo se ve aún mejor, porque el laberinto te puede perder con sus pasillos, te puede engañar con sus idas y venidas, pero el hoyo no engañas, estás arriba, estás cayendo, estás abajo o estás subiendo. No hay mucho para elegir, y de hecho a veces, cuando andas a medio camino no sabes si estás entrando o saliendo.
A mí, normalmente, me meten en el hoyo mis expectativas, y date cuenta de que te hablo teniendo en mi mano todas las herramientas que conozco sobre autocuidado, respiración, meditación, negociación…da igual, cuando te encuentras de nuevo cayendo se te olvidan todas…hasta que tocas fondo de nuevo y vuelta a empezar.
Da igual lo mucho que trabajes tus expectativas con respecto a ti o respecto a otras personas o relaciones, habrá un momento en que el clic te lleva momentáneamente al hoyo.
Y ahora sí voy a hablar de género y de la dificultad de salir de ese hoyo cuando se han pasado la vida diciéndote cómo deben ser las cosas, y tú, te has formado, te has hecho todos los talleres que te ha parecido y ves que no, que aquello no acaba de funcionar…que da igual lo que tú quieras cambiar si la otra persona se agarra a sus privilegios y no mueve ni un dedo para equilibrar la situación. En esos casos es más la tristeza que te embarga que otra cosa, es más el yo creí que ahora sí, que esta vez sí…y no.
No podemos cambiar el mundo sin empezar por revisarnos a nosotras mismas y cada vez que lo hagamos tendremos nuevas caras del prisma que no habíamos visto, por las que habíamos pasado de puntillas. Verlas, identificarlas y transitarlas es el único camino posible para salir del hoyo.
Llevo tiempo siguiendo y escuchando noticias para encarar de una vez la conciliación real, la corresponsabilidad, la equidad…y yo, debe ser porque estoy decepcionada en estos momentos, la veo cada vez más lejos.
Si nuestro bienestar resulta que está en manos de privilegiados vamos mal…muy mal.
Y volveremos a salir a las calles, y volveremos a gritar, y seremos fuertes y muchas durante un rato, pero cuando cada una vuelve a su casa y ve el panorama que la espera ese hoyo se vuelve a hacer visible, vuelve a susurrarnos para que volvamos a caer en él.
Dice Celia Amorós que «el feminismo no cuestiona las decisiones individuales de las mujeres, sino las razones que las obligan a tomarlas» y siendo una máxima para tatuarse en la frente, sigo preguntándome cuántas decisiones tomamos a lo largo del día para nosotras, sin pensar en nadie más…y quién nos obliga a tomarlas creyendo que las tomamos solas.
Debe ser el anuncio de una primavera temprana, ver brotar los árboles, respirar y poder ponerme al sol lo que me está sanando y haciendo que el hoyo se vaya quedando abajo, que cada vez la luz vuelve a estar más cerca, ya casi puedo tocarla.
Y saldré renacida, saldré fortalecida, empoderada, teniendo claro lo que quiero y no quiero en mi vida…al menos hasta la próxima vez que el hoyo me atrape.
Pero qué es la vida sino vivir y aceptar lo que el Universo quiera mandarte, no? Pues eso, que el hoyo me sirve para darme cuenta de lo mucho que avanzo en unas cosas y lo poco que lo hago en otras, pero siempre me quedan mis amigas para escuchar sin juicios, para dejarme un hombro en el que llorar y para animarme saludándome desde sus propios hoyos.
