Me gusta que el mar me hable, sentarme a escuchar como cantan las piedras al paso de las olas, levantarme, aspirar su aroma y maravillarme de su inmensidad.
Me pierdo caminando entre piedras, dejando que mi mente divague, haciendo meditación consciente, sin prestar mucha atención a los pensamientos, simplemente dejando que surjan y se vayan colocando en orden, y a la vez que paseo, dejo que mis ojos vayan de un lado a otro buscando…
Busco piedras con formas curiosas, me encanta ponerlas de adorno en mi casa, y sobre todo busco caracolas…
Las caracolas son mágicas, llevan dentro el rumor del mar, historias de otras tierras, de otras playas, casas de concha cuyo habitante ha dejado vacías y que la corriente arrastra hasta quedar varadas entre las piedras. Me gusta cogerlas, limpiarlas, colocarlas entre mis plantas y dejar que les cuenten sus historias…
Puede parecer una locura pero sé que funciona…es poner cada año las caracolas en los nuevos tiestos y recobran la alegría y la lozanía, se vienen arriba…y yo sé que es por ese rumor…el rumor de las caracolas…
Sería maravilloso que todos los rumores fuesen así de nutritivos y no dañinos como los que no dejamos de oír estos días, rumores que hacen que la gente se enfade, se agreda verbalmente y se dedique a calumniar y a acusar sin siquiera tener motivos o pruebas para ello.
Dejemos que sean el viento y el mar los que nos traigan rumores y que las caracolas nos cuenten sus historias. Vivamos y dejemos vivir.
Foto: J.L. Moriano
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